viernes, marzo 24, 2006

La flor de Gabo

A mi hermana

Ese día iba llegar Fidel. Ya estaba confirmado. La presencia de Gabo fue una sorpresa. Pero no fue sino hasta que ya estaba hablando Gutiérrez Barrios que nos dimos cuenta que ahí estaba el escritor. Pero vayamos por pasos.

Todo fue una coincidencia. Nosotros teníamos planeado asaltar el banco. Ya estaba platicado ese asunto. Lo siguiente era planearlo al detalle. Quedamos de vernos en el parque, donde nos enteramos de la noticia que el día estipulado para el atraco sería el mismo que la inauguración del Museo-Casa de Fidel Castro, como lo anunciaron al principio; claro, después le buscaron un nombre más decoroso y diplomático y le endilgaron el de Museo de la Amistad México-Cuba.

Nos pusimos a pensar en el gentío que se dejaría venir por la presencia de Fidel, el gobernador del estado, la burocracia local y la prensa de todo el mundo. Habría mucha vigilancia por todos lados. Sin embargo, dejamos que las cosas siguieran según los planes, sin la certeza de realizarlas. Era como bromear acerca de lo que se nos vino abajo. A partir de ese momento la desconfianza del valor de unos sobre otros permeó el ambiente. Estábamos a la espera de ver al cobarde que dijera siempre no, yo no le entro, yo me rajo.
En cambio, contábamos con colocarnos al lado del estrado donde estaría Fidel. Incluso inventamos unas consignas de hermandad hacia Cuba. Nos sentíamos méxico-cubanos por el solo hecho de que el Granma partió de aguas mexicanas hacia su revolución.

Frente a nosotros, el entarimado; a los lados, el gentío; y por detrás, un mar de guaruras abriendo camino para que pasara Fidel y el resto de los oradores hasta el podium que estaba a orillas del río. Gutiérrez Barrios fue interrumpido varias veces por los vivas hacia Cuba. Pero fue silenciado en definitiva cuando descubrimos a Gabo escondido tras la mesa de honor, volcándose las admiraciones hacia él. Todos queríamos un autógrafo del escritor; unos lo obtuvieron en las banderitas de México que salieron a relucir, incluso en las que imprimieron con los colores de Puerto Rico en lugar de Cuba.

Para impresionar al escritor dejé el evento y quise ir a casa a traer un libro de su autoría. La ciudad era un desierto. La oportunidad estaba a la mano. La gente estaba concentrada en lo que fue la casa de Fidel. Ya no llegué a mi destino. Es por eso que cuando salí del banco, después de extraer el dinero y volver al acto público, le extendí un billete para que lo firmara el colombiano. Lo desdobló sobre la mesa. Miró la nominación del billete y sacó otro de su bolso donde dibujó una flor.

Con las investigaciones del robo tuve que enterrar el dinero y por temor ya no lo quise sacar para gastarlo. Así que nos les miento cuando les digo que los billetes germinaron, dando flores sólo cuando cumple años Gabriel García Márquez.

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