viernes, marzo 24, 2006

Esa otra sangre

A Braulio Peralta
Cuando se toparon de frente, sobre la estrecha calle de tepetate, el aire se ensanchó.

Las miradas afiladas cortaban a cada parpadeo.

La Vieja y el Negro apartaron a sus respectivas comparsas. Unos venían del norte; los otros del sur. A ambos les relucía por igual el traje que portaban.

En la tradición de exponer la traición de Malintzin: hombres presididos por una “Vieja” y otros dirigidos por un “Negro” (dos maneras de interpretar lo mismo), todas las calles habían sido recorridas con bailes a cambio de monedas. Sólo faltaba ésta.

Sin embargo, los espejos de la Vieja querían opacar el machete del Negro. Ya no se trataba de bailar. Lo de ellos era imponerse el uno sobre el otro para embolsarse el dinero. Tal vez para ganarse el respeto.

De sus enaguas, la Vieja desenfundó el cuchillo. El Negro miró su negro machete sin filo. La Vieja gritó del mismo modo que durante el baile, como invocando a la muerte. El Negro giró igual que lo hacía con sus compañeros, sin los versos de por medio. Ambos realizaron movimientos similares: semicírculos, desplazamientos, esguinces y un tirarse a morir sobre su oponente.

Cuando el cuchillo de la Vieja cortó la garganta de su adversario, el Negro tocó tierra tras atravesar el cuerpo del rival.

Encima de la Vieja, el Negro. La sangre era la misma en ambas armas. Una gota posada en los labios le dijo a la Vieja es tuya esa otra sangre. El Negro se miró en el rostro ajeno. Los dos se reconocieron en los ojos de la muerte.

La Vieja se quitó el disfraz. El Negro apartó la máscara de su cara.

Era tarde para decir cualquier cosa. Padre e hijo perecieron.


Ninguna Malinche bailó por algunos años.

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